jueves, 12 de junio de 2014

En defensa del futbol.

Dios y el futbol se parecen, dice Eduardo Galeano, en la devoción que le profesan muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales. Según esto, como en tiempos del nihilismo 2.0 los idiotas no han desaparecido –de hecho pululan, como siempre–, ahora necesitan adorar a un nuevo Dios –así funcionan los idiotas–; han blasfemado y ahora los hipnotiza el canto de una nueva sirena, una que rueda en pantallas de alta definición y coquetea con marcas comerciales a la menor provocación. Si no es Dios, tiene que ser el diablo. En todo caso el efecto es el mismo: el opio del pueblo ahora es metanfetamina, y el pan del circo, Gansito rancio. El resultado es inalterado y confirma la condición de lastre social de aquellos ciegos creyentes. El error, me parece, es de diagnóstico. En la devoción al futbol habita un receptáculo social; la pelotita y lo que le rodea recoge, proyecta, potencia y sintetiza anhelos, y frustraciones, sueños y obsesiones, miedos e inseguridades, héroes y villanos, orgullos y vergüenzas. Hay mucho de nosotros en ese Dios tramposo. Los “intelectuales” desconfiados del futbol olvidan que el canto de la sirena que sale de la pelota que rueda, no es sino el propio canto, del nosotros al que también pertenecen y quizás por eso les provoque tanta desconfianza. El error es de diagnóstico.

Rodrigo Peña.